Jorge Blázquez (@Blazquezlidoy) es Doctor en Economía y miembro de Economistas Frente a la Crisis
Uno de los “hechos estilizados” más arraigados entre los economistas es que la participación los salarios –técnicamente masa salarial o remuneración de los asalariados- sobre el PIB es constante y, que además, está alrededor de 2/3. En otras palabras, de cada 100 unidades producidas en un país los trabajadores reciben 67 unidades y el capital, 23 unidades. Es casi un dogma de fe académico desde que Kaldor lo estableció en 1957.
Sin embargo, este hecho estilizado es completamente falso. Desde la década de los años 80, la participación de los salarios en PIB se ha venido reduciendo en casi todos los países del mundo.
En el caso de España, esta reducción es especialmente intensa. Desde el año 1976 la participación de los salarios en el reparto de la “tarta nacional” se ha venido reduciendo sistemáticamente, tal y como se aprecia en el gráfico. En concreto, los salarios han pasado de representar el 68% del PIB en 1976 al 54% en 2013, de acuerdo con las estimaciones de Comisión Europea. Y, lógicamente, la retribución al capital -y demás factores productivos- ha crecido desde el 32% del PIB al 46%. Estos datos quieren indican que la mayor parte de las ganancias de productividad de los últimos 40 años han ido a parar a manos del capital.
Para hacernos una idea de lo que esto representa, voy a ilustrarlo con un ejemplo. Si el peso de los salarios en la economía se hubiera mantenido constante e igual al de 1976, entonces el salario medio en España hoy sería un 27% más alto. O si se prefiere, el sueldo medio anual sería unos 9.000 euros más alto. No está nada mal, sin duda.
Es cierto que este no es un fenómeno exclusivo de España, pero aquí es mucho más intenso que otros países. Según los datos de la Comisión Europea, Portugal, Irlanda, Japón y España encabezan el ranking de caídas, seguidos muy de cerca por Italia. Esto merece una reflexión. Cuando a los países del Sur se nos piden sacrificios salariales en favor de una supuesta recuperación de la competitividad, habría que responder que ya se vienen realizando sacrificios desde hace 40 años de forma sistemática. Y con pobres resultados por lo que se ve.
Por cierto, si buscan Alemania en el gráfico no está. Hay datos desde 1991. Desde ese año, el peso de los salarios alemanes sobre el PIB ha caído 3,8 puntos. En el mismo periodo, en España ha caído 8 puntos.
Los motivos que hay detrás de esta caída del peso de los salarios son variados. Unreciente estudio de Elsby, Hobijn y Sahin sobre Estados Unidos explica que –principalmente- es la competencia de los países con salarios bajos, como China, la que está provocando el comportamiento a la baja de la masa salarial. España, especializada en industrias de tecnologías bajas y medias, estaría sufriendo más intensamente esta competencia. Pero se analizan otros factores, entre los que destacan:
- Un elemento distorsionador que es de tipo estadístico. El aumento del autoempleo o, en terminología española, de los autónomos. Esto reduciría el peso del empleo asalariado, con independencia de que sean falsos empleados o no.
- La pérdida de la industria. La industria tiende a pagar mayores salarios que los servicios y su desaparición en muchos países favorece una caída del peso de los salarios. En este punto, por ejemplo, Economistas Frente a la Crisis ha venido insistiendo en la necesidad de impulsar una política industrial activa.
- La sustitución de trabajadores por nuevas tecnologías y una mayor automatización. Algo que, además, estaría impactando especialmente sobre los trabajadores de conocimientos medios, tales como licenciados sin especializaciones adicionales.
- La pérdida de peso social y político de los sindicatos. En este caso, la menor capacidad de negociación de los sindicatos a favor de los empresarios llevaría aparejada una mayor retribución del capital.
La pregunta ante toda esta evidencia es bastante evidente: ¿qué se puede hacer?
Sin duda y largo plazo, la forma mejor de protegerse es promoviendo una economía más sofisticada, alejándonos lo más posible de los países emergentes. En este sentido, la educación de calidad, el apoyo a la I+D y al industria de alta tecnología serían los mecanismos más adecuados. Sin embargo, los recortes en educación y en I+D nos sitúan en una senda diferente: vamos a competir con los emergentes vía salarios bajos, lo que va a acentuar la tendencia.
Otra medida adicional que podría compensar la citada tendencia, sería favorecer un mayor peso de los trabajadores en las negociaciones salariales. O si se prefiere, hay que aumentar la capacidad de negociación de los sindicatos y reducir la de los empresarios y patronal. Sin embargo, creo que la reciente reforma laboral apunta justamente en dirección contraria. Lo más probable es que en los próximos años se acentúe la pérdida de peso de los salarios en la economía a favor del capital.
Habrá muchos economistas que consideren esta tendencia –la pérdida de peso relativo de los salarios en la economía- como un hecho imposible de revertir, al menos en el corto y medio plazo. En ese caso, la sociedad debería fomentar aquellos mecanismos que compensan a los trabajadores de la pérdida sistemática de poder adquisitivo.
En este sentido, se debería mantener el estado bienestar. Esta es un forma de proteger a los trabajadores de la creciente pérdida de ingresos. Puede que los salarios se reduzcan, pero se puede paliar esta caída con una buena educación becada, una sanidad de calidad gratuita, mecanismos de ayuda social en caso de problemas, etc. Sin embargo, también vamos en dirección contraria y se está desmontando el estado de bienestar, al que se considera –sin ningún argumento sólido y mucha ideología detrás- demasiado caro e ineficiente.
De igual forma, la política fiscal debería buscar aumentar al máximo los ingresos procedentes del capital. Sin embargo, nuestro sistema impositivo directo está concentrado en los trabajadores, es decir, en las nóminas. Se tiene miedo de gravar al capital por su “movilidad”. “Si ponemos muchos impuestos, el capital se irá”, se dice. A mi, particularmente, me parece un argumento naif. En la actualidad los impuestos directos se centran en los trabajadores, que la Agencia Tributaria controla completamente. Pero a medida que los salarios pierden fuerza, los impuestos directos sobre las rentas del trabajo pierden capacidad de recaudación.
Además, que no se equivoquen en el Ministerio Hacienda. El trabajo también es un factor móvil a medio plazo. Y muchos de nuestros trabajadores más cualificados se están yendo, descapitalizando al país.
En resumen, los trabajadores llevan casi 40 años perdiendo peso en el reparto de la tarta nacional. Y las políticas y las reformas actuales seguramente están acentuando esta tendencia. Tal vez, a largo plazo, los salarios y el empleo adelgacen tanto que se conviertan en anoréxicos.
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